Lectura: Juan 1:1-14
En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. –Juan 1:10.
En la vívida imaginación de muchos niños, muy por encima de las decoraciones y de las luces de colores de las fiestas navideñas, un alegre hombre vestido de rojo es transportado por los cielos por un equipo de venados voladores. Los pequeños se van a dormir en una espera incierta de la mañana siguiente. ¡Es Nochebuena!
No obstante, mi mente vaga a través del tiempo y el espacio a una escena muy diferente. Los animales están inquietos. Una mula rebuzna. Una vaca choca contra la puerta del establo. Un esposo ansioso deja de pasearse por la sala de partos provisional para consolar a su amor. De repente, un recién nacido balbucea con su primer aliento. Con vivo llanto anuncia su propia llegada. ¡El tan esperado Hijo ha venido!
En la mañana de Navidad, este año, los niños saltarán de la cama y bajarán corriendo las escaleras. Los papeles y las cintas de regalo pronto amenazarán con sacar a todo el mundo de la habitación. ¿Les permitiremos que saquen también al Hijo de Dios?
En medio de toda la emoción de las fiestas, centremos nuestra atención en el Salvador. Al igual que Juan el Bautista, indiquémosles a otros el camino a Aquel que vino al mundo pero nadie lo reconoció (Jn. 1:6-10). Que los saludos y las tarjetas que enviamos y los regalos que damos estén motivados por nuestro amor por Cristo. Después de todo, ¡Él es la verdadera razón de la celebración!
El mejor regalo del mundo vino envuelto en un pesebre.
NPD/ --MRD II