Abram ya tenía 75 años y la frustración de no tener un hijo pesaba sobre su corazón y desanimaba sus sentimientos. La promesa de Dios de que tendría una descendencia como las estrellas del cielo que no se pueden contar, debe haber entusiasmado la imaginación de Abram. Sin embargo, eso era imposible. El ya era un hombre viejo y su esposa era estéril, pero cuando Dios interviene todo es posible, aún lo imposible. Los planes que Dios tiene para nosotros pueden parecer imposibles. A veces pensamos que estamos fuera de toda posibilidad o esperanza, pero recordemos: ¡para Dios nada es imposible!