Formas de enfocar nuestra atencion a Dios
Bueno es alabarte, oh Jehová, Y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; Anunciar por la mañana tu misericordia, Y tu fidelidad cada noche».
Salmo 92:1, 2.
¿Se considera usted una persona agradecida? La mayoría de nosotros consideremos que sí, especialmente en el Día de Acción de Gracias, cuando hacemos un inventario de las bendiciones que hemos recibido. Pero escuche honestamente las oraciones que hace. ¿No ha notado que las gracias que le da a Dios dan paso rápidamente a una lista de peticiones?
El salmo 92:1 nos dice: «Bueno es alabarte, oh Jehová». Era una lección que Dios estuvo tratando de enseñar a Sus hijos durante mucho tiempo, poco después de que los israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto. El Señor dio mandamientos acerca de cómo debían vivir. Entre éstos estaba un «sacrificio de acción de gracias» (Levítico 22:29).
El valor de dar gracias a Dios
¿Por qué le importaba tanto a Dios la gratitud de los hebreos? Durante 400 años, habían sido esclavos en Egipto donde estuvieron rodeados por paganos y bajo la influencia de la falsa religión de ese país. Pero ahora, después de su liberación milagrosa tras cruzar el mar Rojo, de repente se vieron libres (Deuteronomio 6:20-23). El Señor estaba formando una nación totalmente nueva, y Él sabía que era vital que la gente entendiera esta verdad fundamental: que Él era el único Dios verdadero.
Además, quería evitar que se mezclaran y cayeran en la idolatría, lo cual amenazaría no sólo su bienestar sino también el testimonio que debían dar al mundo.
Así pues, el deseo de Dios era que la atención de la joven nación estuviera centrada en Él. Quería que hicieran ofrendas de acción de gracias dos veces al día. Al cumplir con este mandamiento, los sacerdotes se concentraban en Aquél que era su creador, libertador, proveedor y guiador. Los sacrificios que hacían eran también un recordatorio visible para la comunidad de que toda su libertad, toda su vida y, por consiguiente, toda su devoción la debían al milagroso obrador de portentos Jehová.
Así como los israelitas debían recordar las bendiciones del Señor y darle gracias cada mañana y cada tarde, los creyentes deben hacer hoy lo mismo. No importa lo que esté pasando hoy en nuestras vidas, todos disfrutamos de bendiciones, y Dios merece nuestro agradecimiento. Él nos creó y cuida de nosotros, nos ayuda y nos muestra Su amor de innumerables maneras. Sobre todo, envió a Su Hijo para morir en nuestro lugar y para librarnos del poder del pecado. El saber que pasaremos toda la eternidad en Su presencia debe hacer, definitivamente, rebosar de gratitud nuestros corazones.
A pesar de esto, darle las gracias a Dios no es consustancial a nuestra naturaleza, porque vivimos en una cultura desagradecida de muchas maneras y que da por sentado muchas cosas. En una atmósfera así, que se considera con derechos, es fácil dejar que nuestros pensamientos se deslicen a lo que nosotros queremos en vez de dar gracias por lo que tenemos. Esto puede ser cierto, incluso de nosotros los creyentes, que tenemos las maravillosas bendiciones del amor divino, de la vida eterna y del perdón de los pecados.
Pero la ingratitud no es cónsona con el creyente. El no dar gracias al Señor es un asunto serio, porque en esencia estamos diciendo: «Ésta es mi vida, y puedo hacer lo que me dé la gana». Pero debemos estar conscientes de que cada aspecto de nuestro ser fue creación de Dios. Es por esto que tantos pasajes de la Biblia enfatizan la alabanza y la adoración; el Padre celestial quiere que Sus hijos le reconozcan como la fuente de todo lo que ellos tienen.
Por consiguiente, dar gracias debe ser una parte vital de la vida de todo cristiano. Veamos, entonces, las maneras de dar más preeminencia a nuestra gratitud a Dios.
En primer lugar, nuestra alabanza al Señor será mayor en la medida que crezcamos en nuestro conocimiento de Él. Pensemos en las personas que quizá se consideran cristianas, pero que nunca han tenido mucho conocimiento bíblico. Es posible que hayan aprendido un poquito acerca de Dios, pero en realidad no le conocen. Entonces, la conclusión es que no tienen ninguna idea de por qué deben alabarle; no saben nada de la esperanza y de la seguridad que Él ofrece a través de Sus promesas ni del hecho de que es ciento por ciento fiel en el cumplimiento de Su palabra.
Cuanto más conozcamos a Dios, más razones tendremos para alabarle. Al leer las Escrituras tendremos a menudo una percepción tan estimulante, que habremos de detenernos para dar gracias al Señor por la revelación tan maravillosa de Sí mismo. Ya sea que se refiera a Su santidad, a Su gracia o a algún otro atributo divino, cada nueva verdad ensancha nuestra comprensión del Dios que tenemos. Al tener un entendimiento mayor de Su grandeza, en nuestras oraciones habrá, naturalmente, más alabanzas y menos peticiones.
En segundo lugar, nuestra alabanza a Dios se verá realzada al meditar en Sus gloriosas obras y al hablar de ellas, tanto al Señor como a los demás. Notemos la frecuencia con que David se refiere en los salmos a lo que Dios hizo en el pasado (Salmo 14:5-13; Salmo 146:6; Salmo 33:6-9). Está exaltando a Dios por sus poderosas obras en la antigüedad. Nosotros debemos hacer lo mismo, y podemos basar nuestra alabanza en cualquier porción de la Biblia. Por ejemplo, en Génesis 1, podemos dar gracias a Dios por la creación. En la trágica historia de la rebelión de Adán y Eva, en el capítulo 3, daremos alabanza a Dios por la gloriosa esperanza del Salvador prometido. En el capítulo 6, aunque el pecado de la humanidad mereció el catastrófico castigo, vemos que Dios preservó misericordiosamente a una familia en medio del diluvio, y mantuvo intacta la línea del Salvador.
No importa si lee el Antiguo o el Nuevo Testamento, las poderosas obras de Dios son evidentes, y usted no podrá hacer otra cosa sino alabarle por lo que Él ha hecho. También comprenderá el porqué Moisés dijo a los hijos de Israel que debían mantener viva la historia a través de todas las generaciones (Éxodo 12:14; 13:8), pues de esa manera reconocerían siempre la grandeza de la salvación hecha por Dios, y rebosarían de gozo y gratitud.
En tercer lugar, nos volvemos más agradecidos cuando tomamos la decisión consciente de pasar más tiempo alabando a Dios que haciéndole peticiones.Muchos creyentes no tienen ninguna dificultad para hablarle a Dios y hacerle peticiones. Pero cuando se trata de escucharle, muchas veces les resulta difícil estar callados delante del Señor. Para corregir esta falta de equilibrio, le recomiendo que aparte un tiempo de oración para concentrarse exclusivamente en la alabanza a Dios. Al comienzo, se preguntará con qué cosas llenará su mente durante esos minutos. Pero mantenga su Biblia abierta, y puedo asegurarle que una vez que comience a pensar en nuestro maravilloso e infinito Dios y en todo lo que Él ha hecho, le resultará fácil darle gracias y adorarle. El Señor se sentirá agradado, porque lo que le estamos diciendo por medio de nuestra oración es lo siguiente: «Señor, lo que Tú eres, es más precioso que cualquier cosa que yo pudiera desear».
En cuarto lugar, podemos elevar el nivel de nuestra alabanza al meditar en la gracia del Señor en nuestras vidas. Todo creyente ha sido bendecido inmensamente por la gracia inmerecida y gratuita que le ha sido dada. Piense en los muchos pecados que Dios le ha perdonado y en todas las veces que le ha advertido y salvado del peligro. ¡Qué motivación tan grande para alabarle!
Recuerde el momento de su salvación, cuando Dios entró en su vida y cambió su destino eterno. ¿Con qué frecuencia le alaba por haberle salvado y transformado su vida? ¿Le da las gracias por haber tenido una muerte dolorosa y brutal para darle vida eterna? Cuanto más piense en el maravilloso amor que hizo posible su salvación, más elevada será su alabanza.
¿Y qué de Su gracia para con usted cada día? Piense en las veces que ha fallado, y querrá darle gracias a Dios por Su comprensión, paciencia y misericordia. ¿Se ha detenido a pensar en las cosas que Él ha evitado en su vida? Usted pudiera estar enfermo, paralizado, ciego, sordo o sin un centavo. Usted pudo haber nacido en un país donde no habría tenido el privilegio de ir a la escuela o tener una alimentación decente, o no saber nada del Señor Jesucristo. Imagine solamente lo que pudiera ser su vida sin Su gracia, y la gratitud brotará de su corazón.
En quinto lugar, nuestra alabanza será mayor cuando seamos emocionalmente libres de expresarla. Debemos tener la libertad para dar a Dios nuestra alabanza genuina, sincera. Para algunas personas, esto significa acercarse a Él en un silencio absoluto. Para otras, significa levantar las manos al Señor. Puede también involucrar elevar la voz con un canto o una oración. Es importante sentirse libres al alabar a Dios, porque el Espíritu Santo no puede fluir a través de una vida que reprima la expresión de la alabanza. Pero cuando aprendemos a expresar nuestro agradecimiento de manera sincera y libre, el Espíritu tiene más libertad para glorificar al Señor a través de nosotros. El resultado será que nuestro testimonio e influencia serán más poderosos y más valiosos.
Finalmente, la alabanza es elevada cuando nuestra vida está en armonía con nuestra alabanza. Hay personas que se presentan en la iglesia el domingo por la mañana para dar saltos y gritar: «¡Aleluya!» Pero durante la semana jamás le hablan a alguien acerca de Jesús, nunca le sirven al Señor y nunca dan nada para promover el reino de Dios.
Cuando el Señor le revele lo que ha sido la actitud de su corazón, sepa que Él ya está agradado por su deseo de alabarle más. Confíe luego en que el Espíritu Santo le guiará.